Los Mu?ecos Malditos
Arrastraba a los mu?ecos por el suelo mientras cojeaba. La ni?a estaba cubierta de sangre y sostenía una pala con las manos temblorosas. Su camisón blanco estaba manchado con gotas oscuras que contrastaban con la nieve recién caída.
Salió de la mansión descalza, dejando huellas rojizas en la escarcha de la madrugada. Caminó un rato con los mu?ecos colgando de sus brazos hasta llegar a un árbol enorme, con ramas nudosas que se alzaban como garras contra el cielo.
Dejó los mu?ecos en la hierba húmeda y comenzó a cavar. La pala se hundía en la tierra con un sonido sordo, y cada golpe resonaba en la quietud de la noche. Respiraba agitadamente, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Cuando el hoyo fue lo suficientemente profundo, tomó los mu?ecos con manos temblorosas y los arrojó dentro.
—No volverán… —susurró.
Tomó la pala y comenzó a echar tierra encima de ellos, cubriéndolos lentamente hasta que desaparecieron por completo. Finalmente, dejó caer la pala con un ruido metálico y cayó de rodillas, con la mirada vacía perdida en la oscuridad.
Tiempo antes…
Abigail Henderson estaba sentada en su pupitre en la escuela, con el mentón apoyado en la mano y los ojos fijos en la profesora.
—Seattle ha sido escenario de varios sucesos paranormales a lo largo de los a?os… —explicaba la profesora Esperanza mientras mostraba imágenes en la pizarra digital—. Entre ellos, la familia Henderson fue la primera en grabar a un fantasma real en 1973, lo que los hizo famosos.
Abigail sintió que varias miradas se volvían hacia ella. Estaba acostumbrada. Su familia, conocida como “El Museo Henderson”, era famosa por investigar lo sobrenatural. Su hermano gemelo, Alec, y ella habían crecido rodeados de fenómenos inexplicables y ayudaban en los casos desde que tenían nueve a?os.
Cuando terminó la clase, Abigail se acercó a Alec, que cerraba su taquilla con expresión tensa. Detrás de ellos, un grupo de chicos mayores se reía.
—?Cuándo aprenderás a defenderte? —susurró ella, con fastidio.
Alec la ignoró y miró la taquilla. Abigail suspiró.
—Has visto demonios, mu?ecos poseídos y fantasmas, ?y aún te asustan unos idiotas de instituto?
—No es lo mismo —murmuró Alec—. No puedo enterrarlos en el jardín ni atraparlos en una aspiradora.
En el comedor, Alec se sentó con su amigo Liam y hablaron sobre las vacaciones de Navidad. Detrás de ellos, Jake, el matón del instituto, los observaba con una sonrisa burlona.
—?Qué te van a regalar en Navidad, Alec? ?Una mantita y un osito para espantar a los monstruos?
Abigail, que pasaba cerca con sus amigas, lo fulminó con la mirada.
—A ti deberían regalarte un pa?al nuevo para no hacerte pis en los exámenes.
Jake se quedó en silencio y sus amigos se rieron de él.
El Caso de Ellen’s Toys
Mientras tanto, en la Mansión Henderson, los padres de Abigail y Alec, Andy y Ella, estaban sumidos en su último caso: la misteriosa muerte de ni?os entre tres y siete a?os.
—Todos los ni?os tenían algo en común —dijo Ella, revisando los periódicos—. Juguetes comprados en Ellen’s Toys.
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—Peculiar tienda, ?eh? —murmuró Andy—. La due?a estuvo internada en un psiquiátrico antes de abrirla.
—Tendremos que visitarla este fin de semana.
—No podemos el viernes. Es la actuación de Abigail.
—Entonces el lunes.
El lunes por la tarde, la familia fue al centro comercial Starbuy, donde se encontraba Ellen’s Toys. La tienda tenía un aire anticuado, con estanterías llenas de mu?ecas de porcelana con miradas inquietantes.
Andy se acercó a la due?a, Ellen Woods, que estaba sentada en su oficina.
—?Reconoce estos mu?ecos? —preguntó, mostrando dos figuras de porcelana idénticas a Alec y Abigail.
Ellen los miró con el ce?o fruncido.
—Desaparecieron de mi tienda hace semanas…
—Aparecieron en nuestra casa, envueltos como regalos de Navidad.
Ellen pareció confundida.
—Tal vez alguien los robó y los dejó allí para asustarlos…
Mientras tanto, Abigail y Alec exploraban la tienda. En un rincón polvoriento, encontraron una puerta entreabierta.
—?Qué habrá aquí? —susurró Alec.
Abigail empujó la puerta y descubrió un desván repleto de juguetes viejos. Al fondo, cubierto con una manta roja, había un espejo con un marco dorado.
—Es solo un espejo —dijo Alec, encogiéndose de hombros.
Pero Abigail sintió un escalofrío.
—No es un espejo cualquiera…
De repente, su reflejo sonrió de manera antinatural y susurró una palabra en latín.
—?Qué dijo? —preguntó Alec, alarmado.
—Dijo… “agua”.
El Horror Despierta
Esa noche, mientras todos dormían, Alec se despertó con una sensación extra?a. Bajó al salón y encontró la caja negra donde estaban los mu?ecos… vacía.
Abigail llegó en ese momento y se quedó paralizada.
—No puede ser…
—?Se movieron solos! —jadeó Alec—. ?Te dije que algo andaba mal con ellos!
En ese instante, un grito agudo resonó por la casa.
Los gemelos corrieron escaleras arriba y encontraron a Clariet, la hermana peque?a de Aislynn Woods, en el suelo, con los ojos en blanco y sangre en la boca.
—Clariet… —murmuró Alec, horrorizado.
La ni?a giró lentamente la cabeza hacia ellos.
—Clariet ya no está aquí…
De repente, el aire se volvió gélido y los mu?ecos aparecieron en el umbral de la puerta, sus ojos brillando con un resplandor maligno.
Abigail reaccionó rápido.
—?El agua!
Corrieron al sótano, donde Alec tiró un cubo de agua sobre los mu?ecos. El hechizo se rompió de inmediato: los mu?ecos se desmoronaron en polvo y Clariet cayó inconsciente al suelo.
Pero algo estaba mal.
Abigail sintió un dolor punzante en la cabeza. Tocó su frente y notó la sangre. Se giró y vio a Aislynn, con un hacha en la mano y una expresión vacía.
—?Aislynn…?
La joven murmuró algo en un idioma antiguo… y levantó el arma.
Abigail intentó correr, pero tropezó y cayó.
—?No! —gritó Alec, abalanzándose sobre ella.
Pero era demasiado tarde.
El hacha descendió.
El Final
Días después, los periódicos anunciaron la misteriosa muerte de Aislynn Woods en la tienda.
—Entonces… todo terminó —murmuró Alec.
Pero Abigail no estaba segura.
Esa noche, miró el espejo del desván.
Y vio su propio reflejo… sonriendo.
—Nos volveremos a ver —susurró su reflejo.
Las luces parpadearon.
Abigail tragó saliva.
Sabía que esto… aún no había terminado.
Epílogo: El Regreso de los Mu?ecos
El invierno en Seattle nunca había parecido tan frío. A pesar de que todo había vuelto a la normalidad en la casa Henderson, Abigail sentía que algo seguía acechándolos desde las sombras. Alec intentaba animarla, pero él también estaba inquieto. Aunque habían enterrado los mu?ecos y Aislynn Woods había muerto en circunstancias misteriosas, la sensación de ser observados nunca desapareció.
Una noche, mientras Alec dormía profundamente, Abigail no podía conciliar el sue?o. Se levantó y caminó por el pasillo, descalza, sintiendo el crujido de la madera bajo sus pies. Sus pensamientos la llevaron hasta el desván, donde se encontraba el espejo que había sonreído de forma antinatural la última vez que lo vio.
Encendió la luz, que parpadeó levemente antes de estabilizarse. El espejo estaba allí, cubierto por la misma manta roja. Su corazón latía con fuerza, pero algo dentro de ella la empujaba a acercarse. Con manos temblorosas, retiró la tela y se miró en el reflejo.
—Nos volveremos a ver —susurró su reflejo.
Abigail dio un paso atrás, con el cuerpo paralizado. Su reflejo sonrió de nuevo, pero esta vez no estaba sola en el vidrio. Detrás de ella, dos figuras comenzaron a materializarse: los mu?ecos que habían enterrado.
—No… —susurró, llevándose la mano a la boca.
El cristal comenzó a resquebrajarse lentamente, como si algo intentara salir desde dentro. Abigail sintió una corriente helada rodearla y, antes de poder reaccionar, una mano emergió del espejo, aferrándose a su mu?eca con fuerza.
Gritó.
Alec despertó sobresaltado y corrió hacia el desván. Al abrir la puerta, la vio forcejeando con algo invisible. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y la jaló con todas sus fuerzas. Pero en el momento en que lo hizo, ambos cayeron al suelo y el espejo se hizo a?icos, esparciendo fragmentos afilados por toda la habitación.
El aire se volvió más pesado. Los gemelos se miraron, intentando recuperar el aliento.
—?Estás bien? —preguntó Alec, ayudándola a incorporarse.
Abigail asintió, aunque su mirada estaba fija en los restos del espejo. Entre los fragmentos, podía ver los reflejos distorsionados de los mu?ecos. A pesar de que el vidrio estaba roto, ellos seguían allí, observándolos.
—No hemos terminado con esto… —murmuró.
Alec tragó saliva. Sabía que tenía razón. La maldición de los mu?ecos no había terminado con su entierro. Algo más los conectaba con ellos. Algo que aún no comprendían.
Desde la esquina del desván, oculto entre las sombras, un par de ojos brillantes los observaban. Un leve murmullo recorrió la habitación, un eco de risas infantiles… risas que no pertenecían a nadie vivo.
Abigail sintió un escalofrío recorrer su espalda. El aire en el desván se volvió denso, cargado de un susurro apenas audible, como si los fragmentos rotos del espejo aún guardaran voces atrapadas en su interior.
Alec la tomó del brazo. —Tenemos que salir de aquí.
Pero antes de que pudieran moverse, una risa infantil resonó en la oscuridad. Y la puerta se cerró de golpe.